martes, 31 de marzo de 2015

El 8 del hastío


Manejo en línea recta, doy amplias curvas, voy conociendo mi moto, la fuerza que debo ejercer en el acelerador, con cuánta anticipación debo meter el freno trasero o delantero para frenar grácilmente y no de esa forma aparatosa como lo hice las primeras veces, aumento y disminuyo la velocidad, siempre sin pasar de 20 kilómetros, gozo un puyero.

Cuando ya era obvio que podía ir en línea recta, comienzo a hacer zig zag, amplios zig zags que siempre terminaban en abruptos frenazos, la moto se me fue de lado tres veces... Tres veces sentí el beso que se dieron mi moto y el asfalto, tres veces pensé en lo tanto que me gusta bailar y el riesgo que corrí de que la moto me golpeara seriamente la pierna (luzco orgullosa varios morados verdosos como "heridas de guerra"). Hago un esfuerzo terrible con los brazos para levantar mi "liviana" moto, el mismo esfuerzo que hago para no ponerme a llorar del miedo, del pavor... 

Mi instructor me dice "Lo está haciendo muy bien... Vamos a los conos", pienso, "tan lindo, tiene tanta fe en mí" y me presenta una hilera de conos anaranjados separados por unos dos metros entre si, me dice que debo hacer zig zag entre ellos, que es fácil, que afloje la cintura, que yo puedo hacerlo.

Me preparo, miro los conos, trato de calcular, lo cual es algo dificilísimo para mí, tengo serias dificultades para calcular distancias, y esa es una de las cosas que evitó, hasta ahora, que yo manejara. Me invento un discurso mental "Si... Ahora... Muy bien... Yo puedo... Voy a cruzar... Perfecto... Claro que si... Lo voy a hacer... Maravilloso" y cuando termino de decir la última palabra, me doy cuenta de que dejé atrás los conos y seguí en línea recta todo el tiempo. Eso ocurrió una decena de veces, miraba como pasaban los conos a mi lado mientras yo me quedaba como extasiada en la línea recta, oyendo mi propia voz mental dándome ánimo, hasta que, la moto decidió, tal vez por hastío, cruzar el cono del medio y hacer un 8 y yo se lo permití.

Entro en éxtasis, hice un 8, me metí entre dos conos, crucé. Vuelvo a hacerlo una, dos, tres, cinco, doce, veinte veces. La moto suena feliz, y decide que ya el 8 lo domina, que ahora quiere cruzar los conos, y empieza un suplicio de una hora y media más o menos, cruzo dos conos, dejo de cruzar tres, cruzo uno, le paso por el lado a cuatro, los cruzo de dos en dos, y se me olvida regresar y sigo derecho como para dejar atrás tanta angustia. Me regreso, y, en un momento, que no tiene nada de especial, cruzo cada cono, suave, muy lentamente, como reptando, haciendo el juego entre el acelerador y el freno, tratando de no caerme, de no tumbar el cono que dejo atrás, y lo logro.


lunes, 30 de marzo de 2015

Un sereno paseo

Luego de pedir a cada amigo con moto, ayuda, solidaridad, datos y compañía mientras cambiaba mi estatus de completamente ignorante a aprendiz, me di cuenta de que yo necesitaba una formación formal, un curso, conseguir un lugar donde me enseñaran, desde cero. 

Me tardé una semana en encontrarlo, y el sábado estaba, a las 9 am, en los estacionamientos de La Rinconada, dos instructores me buscaron en mi casa, y me fui, de parrillera, en mi moto.

Al llegar, veo que los "alumnos" son variopintos, unos señores con toda la parafernalia de moteros expertos y motos a las que solo le faltaban candelabros, estaban también esperando las instrucciones. Hombres tatuados, con piercings, barbudos y diciendo groserías, burlándose de ellos mismos... Yo estaba en mi elemento.

El instructor, quien dirige su academia con la seriedad de un bombero (el oficio que lo llevó a formar a brigadas motociclistas de bomberos y policías) nos empieza a explicar, como subirnos a la moto, precauciones al encenderla, posición correcta del cuerpo, importancia de la correcta postura de los brazos. 

Hasta ahora, todo lo hago bien, claro, lo único que he hecho es subirme a la moto, enorme, que usa el instructor para que practiquemos la postura, lo pies ni siquiera me llegan al piso, "lo importante es la postura" me dice mi instructor, con un dejo de piedad. Cuando cada quien se ubica en su moto, me doy cuenta de que estoy aterrada, años de tenerle pánico a conducir cualquier vehículo con motor me hicieron incluso sospechar que sufría de amaxofobia. Me siento en mi moto, respiro profundo, y como siempre que me enfrento a los muchos miedos que tengo, rezo una oración pagana, una especie de reto al dios que se encarga del asunto que me aterra, en este caso, el dios de las motos, algo así como "bueno, yo hice mi parte, haz tú la tuya, más te vale cuidarme, no me dejes ni herirme ni descorazonarme".

Meto el freno trasero, luego el delantero, y enciendo mi moto... Y suena bonito. Mi alma se alegra "ya la prendí" me digo como si pudiera con eso exorcizar un embrujo auto impuesto, una maldición intrínseca, una profecía que nadie había pronunciado y de la cual, yo era la única creyente. Mi instructora, la dulce, joven y motociclista experta Daniela, me dice "acelera, siéntate derechita, mantén le equilibrio y vas a ver como avanzas", desde ese momento y durante las próximas 2 horas, recorro a un máximo de 20 kms por hora, simulando un sereno paseo, el estacionamiento.

Quiero una moto


A los 15 años, cuando uno de mis amigos me fue a buscar a mi casa sobre una moto, un amigo querido, proteccionista de animales, me dije "cuando sea adulta, me comparé una moto". Mi amigo, un tipo altote y simpático, y francamente infantil, se convirtió ante mis ojos en un super hombre cuando llegó, enfundado en un traje negro, con una chaqueta pesadísima y un casco que le daba un aire de astronauta. Fue ese día cuando, en vez de decidir unir mi vida a un motociclista sobre una Harley Davidson, fui yo la que se vio, en un futuro, rodando sobre dos ruedas. Me tardé 28 años, hace semana y media, me compré una moto BWS Bera, automática, usada, y soy inmensamente feliz.

Ser infinitamente ignorante acerca de algo que te gusta, es muy frustrante. Me encantan las motos, pero no sé nada sobre ellas, mi experiencia se limita a haber sido parrillera, una entusiasta y muy consciente parrillera. Durante esta semana me enteré de que hay baterías de ácido y de gel, de que existe algo que se llama "cachimbo" y si se rompe, se apaga la moto, que las motos automáticas se ahogan con facilidad.  

Tuve suerte, dar clases de cocina me ha hecho conocer una gran diversidad de personas, entre las cuales, a un joven mecánico, restaurador de vespas, un artista que convierte motos maltratadas en hermosos objetos coleccionables, quien me asesoró, trasladó, acompañó y protegió, con inagotable gentileza, en el difícil proceso de elegir una moto, siendo mujer, en este país. Me quisieron vender una lata sobre ruedas como si fuera una ganga, quisieron venderme un candado al triple (y una batería al doble) del precio, y sé que, en el futuro, o me hago una experta en el tema y pongo cara de veterana en el asunto, o corro el riesgo de caer por inocente.

Ya tengo la moto, ahora... ¿Cómo la prendo?