lunes, 30 de marzo de 2015

Un sereno paseo

Luego de pedir a cada amigo con moto, ayuda, solidaridad, datos y compañía mientras cambiaba mi estatus de completamente ignorante a aprendiz, me di cuenta de que yo necesitaba una formación formal, un curso, conseguir un lugar donde me enseñaran, desde cero. 

Me tardé una semana en encontrarlo, y el sábado estaba, a las 9 am, en los estacionamientos de La Rinconada, dos instructores me buscaron en mi casa, y me fui, de parrillera, en mi moto.

Al llegar, veo que los "alumnos" son variopintos, unos señores con toda la parafernalia de moteros expertos y motos a las que solo le faltaban candelabros, estaban también esperando las instrucciones. Hombres tatuados, con piercings, barbudos y diciendo groserías, burlándose de ellos mismos... Yo estaba en mi elemento.

El instructor, quien dirige su academia con la seriedad de un bombero (el oficio que lo llevó a formar a brigadas motociclistas de bomberos y policías) nos empieza a explicar, como subirnos a la moto, precauciones al encenderla, posición correcta del cuerpo, importancia de la correcta postura de los brazos. 

Hasta ahora, todo lo hago bien, claro, lo único que he hecho es subirme a la moto, enorme, que usa el instructor para que practiquemos la postura, lo pies ni siquiera me llegan al piso, "lo importante es la postura" me dice mi instructor, con un dejo de piedad. Cuando cada quien se ubica en su moto, me doy cuenta de que estoy aterrada, años de tenerle pánico a conducir cualquier vehículo con motor me hicieron incluso sospechar que sufría de amaxofobia. Me siento en mi moto, respiro profundo, y como siempre que me enfrento a los muchos miedos que tengo, rezo una oración pagana, una especie de reto al dios que se encarga del asunto que me aterra, en este caso, el dios de las motos, algo así como "bueno, yo hice mi parte, haz tú la tuya, más te vale cuidarme, no me dejes ni herirme ni descorazonarme".

Meto el freno trasero, luego el delantero, y enciendo mi moto... Y suena bonito. Mi alma se alegra "ya la prendí" me digo como si pudiera con eso exorcizar un embrujo auto impuesto, una maldición intrínseca, una profecía que nadie había pronunciado y de la cual, yo era la única creyente. Mi instructora, la dulce, joven y motociclista experta Daniela, me dice "acelera, siéntate derechita, mantén le equilibrio y vas a ver como avanzas", desde ese momento y durante las próximas 2 horas, recorro a un máximo de 20 kms por hora, simulando un sereno paseo, el estacionamiento.

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